Hace poco más de 100 años se publicaba en un diario de Inglaterra el siguiente anuncio: «Se buscan hombres para viaje peligroso. Salario bajo, frío extremo, muchos meses en la oscuridad más absoluta, peligro constante y escasas posibilidades de volver con vida. Honores y reconocimiento en caso de éxito. «5.000 personas respondieron al anuncio. El publicó Sir Ernest Shackleton, que preparaba su expedición de cruzar la Antártida, el
último gran reto a alcanzar en una época de grandes expediciones donde los diferentes países se disputaban la gloria de las grandes gestas.
Finalmente la tripulación de Shakleton tuvo que soportar durante muchos meses las condiciones más duras del invierno antártico, en un viaje que se convirtió en una conquista para la supervivencia. Cuando regresaron, la gloria efectivamente los había esperado, y Shackleton se convirtió con el tiempo un modelo vigente de liderazgo por cómo gestionó el optimismo y la resistencia como valores que construyen equipo y futuro, por cómo dio ejemplo a la tripulación abandonando cosas superfluas como el tabaco o un reloj de oro en el hielo polar. Con este gesto, dejó de lado cualquier forma de avaricia: él sólo era uno más, pero con más responsabilidad para conducir aquella expedición hacia un desenlace feliz.
(Autor de la imagen: Martin Lee)
Su historia es inspiradora par al resto de humanos: ¿cuál es nuestra Antártida individual, y qué estamos dispuestos a arriesgar para iniciar el viaje? Vivimos en una cultura donde la ambición no está muy bien vista. Sin embargo, sin ambición no se construye futuro, ya que es lo que impulsa la motivación para lograr un sueño. La motivación que sale de dentro de uno mismo.
La ambición es la distancia que hay entre el lugar donde estás hoy y el lugar donde quieres llegar, y recorrer esa distancia es lo que te convierte en quien quieres ser. La avaricia, en cambio, es el deseo de querer poseer o acumular. Así que son dos conceptos diferentes, que a veces se confunden. Para convertirte en quien quieres ser es necesario un proyecto personal ambicioso e ilusionante, que generalmente suele tener que ver con la búsqueda de la felicidad. Los ambiciosos son emprendedores que luchan para conseguir transformar los sueños en realidades. Lo que conlleva pasar a la acción, porque hay un destino al que se desea llegar, cueste lo que cueste. Sin embargo los que no conocen la ambición se lamentan mirando de lejos sus sueños, viviendo conformadamente en el espacio que ocupan hoy, en esa mal denominada zona de confort, dejándose llevar por un destino que no se ven capaces de diseñar. Como los salmones, que remontan el río a pesar de todas las dificultades y riesgos del camino. Nadan a contracorriente porque tienen un lugar al que llegar, con un propósito definido. No se parecen en nada a las carpas, que viven dejándose llevar por la corriente del río, viviendo a veces en unas aguas poco saludables. No aprendieron que tal vez se puede cambiar de lugar y arriesgarse para estar mejor.
Y que conste que ser ambicioso no es nada fácil: implica vivir en momentos de soledad, pasar por altibajos importantes, y conocer muchos fracasos antes de encontrar el éxito. Sin embargo es la única opción para quien quiere construir la vida personal o profesional que quiere vivir. Nosotros los
humanos tenemos un gran poder personal: elegir ser carpa o ser salmón. En ese acto de libertad reside nuestra grandeza o nuestra mediocridad.